La cata protagonizada por Álvaro Palacios, la primera de las de su especie en 'Somos Capital' de Tondeluna, constituyó una velada tan emocionante como mágica gracias al paseo sensorial que realizó el bodeguero riojano desde la mole de Yerga (en Alfaro) hasta el Bierzo (León) pasando por las terrazas de Gratallops (Priorat), para descubrir con su mano y con su verbo el íntimo acento de sus vinos, de esos caldos que nacen de su ansia infinita de búsqueda de las variedades que mejor se adaptan al entorno para caminar por encima de las modas no como una cuestión de estilo o como una peculiar rebeldía porque sí o porque no, sino como un afán de hacer que cada vino tenga una razón concreta, un arraigo profundo y honesto a donde nace sin traicionar lo más mínimo ni su origen ni el futuro.
Álvaro se identifica con cada uno de sus vinos hasta la última gota y jamás se esconde en el burladero de una pretendida comercialidad para marchitar su corazón de viticultor, de maestro de una milenaria alquimia de polifenoles, antocianos y variedades que en él se precipitan en torno a su talento con un compás silencioso, con un ritmo calcado al que imponen las estaciones a los ciclos vegetativos. El vino surge de la tierra y por eso para Álvaro el fruto siempre se acuerda de los aromas en los que indaga su raíz.
Álvaro Palacios aglutina tres bodegas en otras tres regiones que cimientan como pocas la tradición vitivinícola española: Rioja, Priorat y Bierzo. Las tres basan sus pilares enológicos en una concepción espiritual del vino (Monasterios y caminos de peregrinaje), en unos suelos viejos y muy minerales en los que se funden paisajes únicos con una forma de trabajar el viñedo marcada radicalmente por el respeto a la sostenibilidad y a las variedades autóctonas: "No soy un integrista de la garnacha", dijo Álvaro, "aunque la casualidad o las circunstancias han hecho que me la haya encontrado en dos de estas zonas (Rioja y Priorat) y me haya fusionado con ella para los restos". Y fue más allá: "El tempranillo es una variedad de ciclo vegetativo corto, de madurez pronta, y si le subes el fogón se recuece, se ‘sobrecocina’, y siempre será un sucedáneo del fragante, consistente y estilizado tempranillo de La Rioja Alta".
En el alma de la mole de Yerga
Comenzó la cata por Yerga, concretamente por un vino blanco, Plácet 2009 (Valtomelloso). Cien por cien Viura, con una crianza de once meses, que entusiasmó por lo delicado de sus aromas y la fragilidad de unos taninos límpidos y frescos. El segundo vino fue La Montesa 2009, un vino que reúne tres de los varietales riojanos más característicos (Garnacha, 65%; Tempranillo, 30% y Mazuelo, 5%), de gran expresión, para terminar con una de las grandes sorpresas de la noche, el Propiedad 2010, un vino profundo al que calificó como el primer paso para hacer el vino de Alfaro. Su carnet de identidad es sorprendente: cien por cien Garnacha y una crianza de catorce meses en barrica. Su explosión de aromas fue increíble, y como coincidieron los sumilleres Carlos Echapresto y Chefe Paniego, el futuro que le aguarda a este vino es sencillamente espectacular. Álvaro Palacios fue desgranando su filosofía con perlas tan alucinantes como ésta: "Apuesto por la garnacha porque es la que mejor transforma la aridez y lo tórrido en un fluido refrescante y vital. Y aquí, en Yerga, la fórmula es Garnacha en vaso, marco estrecho y en ecológico, no tengo la más mínima duda".
El Bierzo, laderas de pizarra
Los siguientes tres vinos llegaron desde las laderas de pizarra de los viñedos de Corullón, sitos en las montañas y alcores de la zona oeste del Bierzo leonés. Como explicó Palacios, "treinta hectáreas repartidas en una constelación de minúsculas parcelas de viníferas viejas sobre suelos de pizarra tan empinados como rocosos". Y habló de la variedad reina de esta zona, la Mencía, de la que llegó a asegurar que "es fuente de grandes variedades francesas". El primer vino, llamado Pétalos del Bierzo (2010), es cien por cien Mencía y representa la base de la pirámide porque es un vino de diferentes viñedos de la zona. A continuación, los asistentes a la cata tuvieron la oportunidad de disfrutar del Villa de Corullón, con la misma variedad como reina, con 17 meses de crianza y como ejemplo de lo que supone la viticultura ancestral. Y para terminar en Bierzo, fuimos a Moncerbal 2009, un vino que nace en una ladera a 630 metros, basado en un suelo de pizarra muy rocoso y que resume en su alma la luz del atardecer mágica de este peculiar espacio: "El gran vino no es un modelo de producto", dijo Álvaro Palacios. Y Moncerbal emocionó por su inmarcesible prestancia.
El Priorat, allí donde se refleja el sol
La última terna de vinos de Álvaro Palacios llegó desde Gratallops, en concreto de las laderas empinadas de l'Ermita, Finca Dofí y otras donde nace el vino de suelos rotos, abiertos y formados por una pizarra de la zona que se denomina Llicorella y que según el enólogo riojano tiene la virtud de aportar a los vinos una "enorme nitidez". Y es que los monjes de la Cartuja del Escaladei desarrollaron el cultivo de la vid en estos pagos desde tiempo inmemorial y su legado pervive en la fuente identidad vinícola de esta recoleta y escarpada región. El primer vino fue Camins del Priorat 2010 (35% Garnacha, 35% Samsó, 20% Cabernet Sauvignon, 7% Syrah y 3% Merlot). Y Álvaro dijo: "No pienso en las variedades, pienso en el paladar". El segundo vino fue Vi de la Villa de Gratallops, 2010: "Un vino del pueblo, proveniente de seis viñedos diferentes y con prácticamente las mismas variedades que en el anterior pero repartidas de forma diferente (65% Garnacha, 15% Samsó, 10% Cabernet Sauvignon y 10% Syrah). El final del camino lo representó Finca Dofí 2010, un vino de finca que cerraba el círculo del vino de zona, de pueblo y de finca y con este reparto varietal (80% Garnacha, 15% Syrah y 5% Cabernet Sauvignon). Este vino hizo que se emocionara Chefe Paniego y el que firma esta humilde crónica de un evento extraordinario merced a un personaje fascinante que mantiene que "un gran vino es la expresión mágica e indescriptible de la naturaleza. Y el gran vino clásico no es una marca registrada ni lo puede hacer el hombre; es un viñedo, es el fruto estricto y puro de un lugar privilegiado. Y además, tiene que prevalecer en el tiempo". |